martes, 14 de mayo de 2013

Los retos de un Gobierno que busca realizar transformaciones


Un mandatario transformador tiene tres tareas fundamentales de cambio: las políticas públicas, las instituciones y las ideas imperantes.

Las primeras requieren el ejercicio de la autoridad presidencial; las segundas, la cooperación con los demás poderes públicos, y las terceras, cambiar las ideologías, las narrativas y los mitos imperantes. Los cambios en materia de políticas públicas y de instituciones pueden alcanzarse sin el apoyo de la opinión pública, pero los cambios estructurales no. Cambiar el curso de la historia, conseguir transformaciones profundas, generalmente requiere de cambios de mentalidad.

El gobierno Santos ha cambiado políticas e instituciones, pero no ha intentado cambiar drásticamente algunas ideas imperantes. Tomó la decisión estratégica de tramitar sus reformas sin cuestionar a fondo el statu quo ideológico y sin explicar demasiado su diagnóstico de la sociedad colombiana, no por capricho, sino porque Álvaro Uribe dejó instaurada una mitología populista muy resistente, cosida a la medida de las mayorías, basada en simplificaciones de la historia, alineadas con los valores y los odios de esas mayorías. La narrativa uribista tiene un atractivo popular muy difícil de cambiar: niega la profunda problemática del país, reduciendo los retos a un enemigo (las Farc), las soluciones a una concepción caudillista (la firmeza) y la fórmula a un dogma ultraconservador (seguridad es la panacea, porque trae inversión extranjera).

Consciente de eso, el presidente Santos consideró que sólo los resultados concretos pueden aclimatar un acuerdo político con las Farc y está esperando a que se produzcan. Pronto tendrá que darse a la tarea de cambiar el pensamiento de las mayorías en materia de paz, que no será automático con los acuerdos, no sólo para garantizar la refrendación de éstos, sino para contar con los recursos que se requieren para instrumentarlo.

La pregunta es si para hacerlo debe generar grandes expectativas sobre los dividendos de la paz, porque sin ellas es difícil motivar a la ciudadanía a hacer los sacrificios que demandan los cambios estructurales. De lo que no hay duda es que el cambio mental pasa primero por las emociones —el arma baja de la oposición— que por las razones. Porque para que las razones aniden, se requiere que los seres humanos tengamos una predisposición favorable, un marco fértil. No basta la fuerza de los argumentos, que rebotan como pelotas en las superficies duras de las prevenciones frente a las Farc, porque los ciudadanos tenemos mecanismos de defensa ante ideas que comprometen nuestra arquitectura mental, compuesta por una combinación de razón y emociones, con muchas capas de profundidad.

Entre las emociones que deben percibir los colombianos para valorar realmente los enormes beneficios de la paz, está el hastío con la guerra, con el dolor que produce, que ha sido borrado de la narrativa nacional, sustituido por el orgullo militar y el odio por el enemigo. Y tienen que asociar la paz con una nueva visión del futuro, para sentir esperanza, y no solamente con las Farc, que sólo generan indignación.

Por eso el mayor reto del gobierno Santos no es convencer a la guerrilla sobre los méritos de la paz. Es convencer a los millones de colombianos que permanecen escépticos. Porque éstos aún asocian la paz con injusticia y la guerra con seguridad.

ALVARO FORERO TASCON