Un mandatario transformador tiene tres tareas
fundamentales de cambio: las políticas públicas, las instituciones y las ideas
imperantes.
Las primeras requieren el ejercicio de la autoridad
presidencial; las segundas, la cooperación con los demás poderes públicos, y
las terceras, cambiar las ideologías, las narrativas y los mitos imperantes.
Los cambios en materia de políticas públicas y de instituciones pueden
alcanzarse sin el apoyo de la opinión pública, pero los cambios estructurales
no. Cambiar el curso de la historia, conseguir transformaciones profundas,
generalmente requiere de cambios de mentalidad.
El gobierno Santos ha cambiado políticas e
instituciones, pero no ha intentado cambiar drásticamente algunas ideas
imperantes. Tomó la decisión estratégica de tramitar sus reformas sin
cuestionar a fondo el statu quo ideológico y sin explicar demasiado su
diagnóstico de la sociedad colombiana, no por capricho, sino porque Álvaro
Uribe dejó instaurada una mitología populista muy resistente, cosida a la
medida de las mayorías, basada en simplificaciones de la historia, alineadas
con los valores y los odios de esas mayorías. La narrativa uribista tiene un
atractivo popular muy difícil de cambiar: niega la profunda problemática del
país, reduciendo los retos a un enemigo (las Farc), las soluciones a una
concepción caudillista (la firmeza) y la fórmula a un dogma ultraconservador (seguridad
es la panacea, porque trae inversión extranjera).
Consciente de eso, el presidente Santos consideró que
sólo los resultados concretos pueden aclimatar un acuerdo político con las Farc
y está esperando a que se produzcan. Pronto tendrá que darse a la tarea de
cambiar el pensamiento de las mayorías en materia de paz, que no será
automático con los acuerdos, no sólo para garantizar la refrendación de éstos,
sino para contar con los recursos que se requieren para instrumentarlo.
La pregunta es si para hacerlo debe generar grandes
expectativas sobre los dividendos de la paz, porque sin ellas es difícil
motivar a la ciudadanía a hacer los sacrificios que demandan los cambios
estructurales. De lo que no hay duda es que el cambio mental pasa primero por
las emociones —el arma baja de la oposición— que por las razones. Porque para
que las razones aniden, se requiere que los seres humanos tengamos una
predisposición favorable, un marco fértil. No basta la fuerza de los
argumentos, que rebotan como pelotas en las superficies duras de las
prevenciones frente a las Farc, porque los ciudadanos tenemos mecanismos de
defensa ante ideas que comprometen nuestra arquitectura mental, compuesta por
una combinación de razón y emociones, con muchas capas de profundidad.
Entre las emociones que deben percibir los colombianos
para valorar realmente los enormes beneficios de la paz, está el hastío con la
guerra, con el dolor que produce, que ha sido borrado de la narrativa nacional,
sustituido por el orgullo militar y el odio por el enemigo. Y tienen que
asociar la paz con una nueva visión del futuro, para sentir esperanza, y no
solamente con las Farc, que sólo generan indignación.
Por eso el mayor reto del gobierno Santos no es
convencer a la guerrilla sobre los méritos de la paz. Es convencer a los
millones de colombianos que permanecen escépticos. Porque éstos aún asocian la
paz con injusticia y la guerra con seguridad.
ALVARO FORERO TASCON