La política es el arte de conducir a las comunidades y la actividad que
busca mediante el poder construir un orden de convivencia libre, aceptado por
quienes lo conforman. Su ejercicio
requiere de personas que se dediquen de manera desprendida, de forma exclusiva,
a la lucha por el poder con el propósito de ponerlo al servicio del bien
común.
Sin embargo, en Colombia estamos cada día más acostumbrándonos a presenciar
el show de la política, aquella actividad que ha convertido en espectáculo el
ejercicio del poder. Los individuos no creen ya en los políticos porque los han
engañado muchas veces y los consideran hábiles manipuladores de sus
conciudadanos, a quienes utilizan para sacar provecho. Vivimos en ciudades
devastadas por la corrupción y por la controversia política sin rumbo.
Pululan los ciudadanos que perdieron la esperanza de vivir en un lugar
mejor y siguen esperando, como desde sus primeros años, oportunidades para
acceder a servicios públicos, atención en salud, educación y sistemas dignos de
transporte urbano. La eficacia de la política cada día se pone en entredicho
por su incapacidad para transformar las realidades.
La gente tiene argumentos de sobra para huirle a
la política, pero al mismo tiempo tiene la responsabilidad indelegable de
participar en ella para terminar esta nueva función del show político que nos
oprime. Ojalá más
temprano que tarde los bogotanos entiendan que, por más hastiados que estén de
la política, a los malos políticos los terminan eligiendo los buenos ciudadanos
que no salen a votar.