Articulo compartido por: Jaime Ledezma. Pasto Colombia
Las autoridades financieras del mundo desarrollado están nerviosas y la opinión pública de esos países no ve de buen grado que sus contribuciones tributarias se destinen a subvencionar a banqueros irresponsables e imprudentes al tiempo que deben someterse a políticas restrictivas que les reducen el empleo y los servicios sociales.
La cita precedente no ha sido extraída de ninguna crónica o información contemporánea, ni siquiera de la última década, sino que corresponde a un trabajo de Osvaldo Sunkel, elaborado hace casi 30 años. Algo que desde luego pone de relieve la similitud de situaciones o más bien dicho la continuidad y el actual agravamiento de situaciones que comenzaron a perfilarse a mediados del siglo pasado luego de la terminación de la llamada Segunda Guerra mundial.
Desde entonces se ha venido hablando de desarrollo a partir de las dos vertientes teóricas dominantes en el pensamiento económico una vinculada al desarrollismo pos keynesiano impulsada en Latinoamérica por Raúl Prebisch, y la otra al monetarismo neoliberal de Milton Friedman y la muy famosa escuela de Chicago. La primera pone énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas, industria, agricultura, infraestructura y aunque no ignora al factor humano, su presencia se integra como un recurso más de los factores productivos, mientras que en la corriente monetarista neoliberal aparecen con mayor fuerza la liberalización de los mercados de bienes y servicios y el desarrollo de los instrumentos financieros de carácter transnacional.
En ambas corrientes de origen estrictamente economicista el concepto de desarrollo se relaciona o está dirigido a sostener el crecimiento de la estructura productiva sin considerar de qué manera se distribuyen los réditos de esa producción en la sociedad que los genera. Pero tal vez por eso mismo se ha transformado en un inalcanzable mito, al que ha llegado la hora de renunciar definitivamente.
En cualquier caso la importancia de lo social se halla subordinada no al ser humano genérico como sujeto último del crecimiento económico, sino como imprescindible instrumento de la producción y en consecuencia la sociedad o el estado no deberían desatender ni su atención sanitaria ni el acceso a niveles educativos que lo capaciten para ingresar a ese mismo sistema productivo y sin embargo son condiciones que tampoco se cumplen ni siquiera con el mezquino objeto de garantizar su continuidad.
Nada ha cambiado en realidad,. Parodiando la geografía económica de modelos vigentes, el mundo tiene dos polos, y eso es lo que se encuentra en el imaginario de los seres humanos. Sin embargo, existen tercerías que son exclusivos de comunidades alternas de vida, o en el mejor de los casos de minorías étnicas; que de alguna manera serían interesantes reconocer o tener en el debate. Pero la realidad es que estas visiones, solo son objeto de discusión en foros alternativos o de los mal llamados no alineados.
Por ejemplo un modelo de desarrollo, que han cultivado y siguen cultivando pese al avasallamiento de la cultura occidental los pueblos indígenas y que poco a poco han sido reivindicadas en algunos países como Bolivia y Ecuador e incorporadas a sus respectivas constituciones nacionales, el Sumak Kawsay, "buen vivir” o mejor aún "buen convivir” que se traduce en la necesidad de emprender un camino al bienestar general diferente al que el tan promocionado desarrollo parecía prometer, rescatando experiencias ancestrales que pongan nuevamente en valor y en primer término el bienestar y la calidad de vida de la gente, de toda la gente.
Un buen vivir que exige una mayor armonía entre la sociedad y la naturaleza. "El buen vivir no es no es un simple regreso a las ideas de un pasado lejano, sino la construcción de otro futuro”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario